sábado, 30 de octubre de 2021

Descanso bajo las ramas

La palabra “cementerio” proviene de los vocablos griegos koimán-terion (dormir-lugar). Sin embargo, estos días se desarrolla una gran actividad en los cementerios.

Paradójicamente, en entornos muy urbanos como el nuestro, estos lugares son refugios de vida. Además de las flores que se llevan en estas fechas, durante todo el año crecen diferentes herbáceas, arbustos y árboles.

Casi todas las culturas y religiones introducen en este recinto elementos naturales con una carga simbólica relacionada con lo perdurable o eterno. Claros ejemplos son la presencia de cipreses, tejos, cedros o incluso olivos. Todos ellos son árboles de hoja perenne, muy longevos, resistentes y de maderas nobles.

Los cipreses, muy ligados a la cultura mediterránea, son un legado que se remonta a las antiguas civilizaciones siria, egipcia, griega y romana.

Los tejos arraigan en la tradición sagrada y funeraria de la cultura celta. También para el pueblo vasco eran árboles sagrados y unidos al mundo de los muertos.

De acuerdo con Celestino Barallat, autor del manual Principios de botánica funeraria, publicado en 1885, el verdor vegetal es el color propio de un cementerio, por la asociación que hacemos entre el cíclico resurgir de las plantas y la esperanza de que la muerte terrenal dé paso a un nuevo comienzo. Conviene, por otra parte, que en la visita al camposanto nuestro ánimo halle serenidad y consuelo, y “el reposo que el órgano visual encuentra en el color verde” aconseja que en dicho lugar abunden hierbas, arbustos y árboles.

Estudios sobre el influjo que el entorno ejerce sobre nuestro estado de ánimo avalan esta recomendación. 

Sin duda, los cementerios son paisajes de intensa carga emotiva, que reúnen lo presente con lo ausente. Es comprensible que despierten curiosidad. De hecho, existe una modalidad de turismo de cementerios, y se han creado rutas específicas para ello. El de Portugalete, sin ir más lejos, forma parte de una de esas rutas:  http://www.rutadecementerios.com/cementerio/88/Cementerio-de-Portugalete.html


No la tranquilidad de la arboleda
que ofrece sombra fresca y regalada
al remanso, al pastor y la manada
y que paisaje bíblico remeda.
 
No el suspiro de la ola cuando rueda
a morir en la playa desolada,
ni el morir de la tarde en la callada
fronda que al ave taciturna hospeda,
 
dieron a mi niñez esta en que vivo
sed de misterio torturante y honda,
donde todos los pasos son inciertos:
 
fue del panteón el árbol pensativo
en cuya fosca, impenetrable fronda
anidaban las aves de los muertos.

Abraham Valdelomar, El árbol del cementerio


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