Un año más, celebramos el día del libro, que de alguna forma también es el día de los árboles. Estos han sido desde antiguo el soporte de la escritura (antes de que se conociera el papiro ya se usaba la corteza de ciertos árboles), y sigue siéndolo en forma de papel. Curiosamente, la palabra libro viene del latín liber, término que se ha conservado para designar la película que, pegada a la corteza de los árboles, transporta la savia.
Pero además de soporte físico, los árboles tienen un gran poder
evocador, inspiran y forman parte de las historias que cuentan los libros. A
veces son árboles singulares, otras veces se agrupan y aparece el bosque. Este está
presente en todos los géneros, pero es en los cuentos infantiles donde se
vuelve símbolo y protagonista.
Criaturas perdidas, lobos, monstruos, brujas, hadas, elfos y otros
seres mágicos cohabitan en un entorno boscoso fruto de múltiples influencias y
mestizajes culturales. El bosque de la literatura infantil no es un lugar
idílico, los y las protagonistas no lo pasan muy bien, pero es que crecer puede
ser duro, la vida no siempre es amable, y la foresta, con todo lo que contiene,
actúa como una gran metáfora.
¿Qué sería de Caperucita, Hansel y Gretel, Pulgarcito,
Blancanieves, la Bella Durmiente y otras muchas historias sin el bosque, sin
los árboles?
¡Mira esas flores, Caperucita Roja! ¡Qué bonitas! Esas que crecen
ahí, al pie de los árboles. Acércate a mirarlas y mira lo bonitas que son. Si
no te apartas del sendero, no oirás los trinos de los pájaros. Dentro del
bosque se les oye cantar todo el rato, y es maravilloso [1].
[1] PERRAULT, C.; GRIMM, J. y W.; TIECK, L.: Caperucita Roja. Traducciones de Luis Alberto de Cuenca e Isabel
Hernández. Madrid: Nórdica Libros, 2012.