El 6 de agosto de 1945, hace ahora 75 años, la
primera bomba atómica fue lanzada sobre Hiroshima. En unos segundos causó
160.000 muertos y tal devastación que, desde entonces, el mundo nunca volvería
a ser el mismo.
Aunque durante un tiempo no quedó rastro de vida en
la ciudad, algunos árboles resurgieron entre los escombros y la desolación. En
Japón llaman Hibakujumoku a los
árboles que sobrevivieron a la bomba atómica.
Entre ellos se encontraba un ginkgo que en poco
menos de un año, a unos pocos kilómetros del hipocentro, brotó entre las ruinas
de un antiguo templo budista. En la remodelación del edificio se mantuvo el
árbol que pasó a ser un símbolo de renacimiento y veneración.
A su vez, la adelfa fue la primera especie que volvió a
florecer en Hiroshima después de la bomba atómica, por eso es la flor oficial
de la ciudad.
Dos especies que nos recuerdan el
poder de regeneración de los árboles y la necesidad de trabajar para impedir
que una barbarie como aquella se repita.
Al olmo viejo, hendido por el rayo
y en su mitad podrido,
con las lluvias de abril y el sol de mayo,
algunas hojas verdes le han salido.
Antonio Machado, A un olmo seco