domingo, 31 de diciembre de 2017

Gin tonic: una historia de árboles


Quinine plant from medicinal plants
by Robert Bentley, 1880.
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Allá por el siglo XVII, en plenos Andes Peruanos, Pedro de Leyva, gravemente afectado por la malaria, empapado en sudor, avanzaba a trompicones hasta caer moribundo al borde de un estanque. Se acercó al agua, apartó ramas y hojas y bebió unos sorbos de agua amarga. La fiebre, milagrosamente, remitió. La mezcla del agua con las cortezas de los árboles que rodeaban el estanque fue su salvación.

De esta forma, según cuenta la leyenda,  es como se descubrieron las propiedades terapéuticas del árbol que crecía junto al estanque, que no era otro que el árbol de la quina. La quina, en efecto, es originaria de los países andinos —es el árbol que aparece en el escudo de Perú—, aunque hoy en día es realmente escaso en la zona. Su corteza es rica en quinina, un alcaloide que durante tres siglos fue el medicamento más efectivo contra la malaria o paludismo.

Dice la tradición que fueron los jesuitas quienes difundieron el uso de la quinina tras curar a Doña Francisca Henríquez, condesa de Chinchón y esposa del virrey de Perú. El nombre científico del árbol —Cinchona officinallis— se inspira en este hecho.

Fue en el siglo XIX cuando los ingleses introdujeron el árbol en la India, y lo utilizaron para combatir la malaria. Para ocultar el amargor de la quinina se mezclaba con agua de soda, obteniendo así agua tónica. El siguiente paso fue añadir ginebra,  un aguardiente aromatizado principalmente con bayas de enebro.

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