Recientemente han desaparecido cuatro grandes álamos del parque Ignacio Ellacuria. Uno de ellos cayó a consecuencia de los embates de una de las borrascas que nos han visitado últimamente. Los otros tres fueron talados “como medida preventiva”. Independientemente de lo acertado (o no) de la decisión, este hecho nos debe llevar a plantear cómo abordar este tema en el futuro.
La valoración del riesgo implica determinar, en un principio, cual es el rango de tolerancia del peligro que estamos dispuestos asumir, y actuar sobre el arbolado para no sobrepasarlo. El nivel de riesgo puede reducirse con tratamientos concretos, e incluso eliminarse con la tala del individuo. Pero la tala debe ser el último recurso, a utilizar cuando se han agotado las demás alternativas.
Los árboles no son mobiliario urbano que se pueda sustituir sin más. Son seres vivos, un patrimonio vivo de la Villa. Cuando se trata de árboles de grandes dimensiones, como los que nos ocupan, aunque sean reemplazados por otros, se deberá esperar dos o tres generaciones para tener árboles semejantes a los que había. El factor tiempo no es canjeable. Al igual que hacemos con otro tipo de patrimonio, hemos de dedicar esfuerzo y recursos para proteger el patrimonio que representan los árboles.
Es comprensible el miedo y la inseguridad que provoca la posibilidad de un accidente. Sin embargo, esta aprensión al futuro incierto lleva, en demasiadas ocasiones, a actuaciones desacertadas o incorrectas. Debería estar claro que las valoraciones de riesgo no se realizan para cortar árboles sino para salvarlos.
Hemos de subrayar que realizar una valoración de riesgo de un árbol no es cosa sencilla. Este cometido lo debe realizar personal experto, y desafortunadamente pocos profesionales se dedican a ello con las adecuadas competencias.
Es necesario, por lo tanto, disponer de un servicio de inspección del arbolado potencialmente de riesgo, que establezca procesos para documentar sólidamente dichas inspecciones y que se realice de forma sistemática para todo el arbolado de la villa, por personal con la formación y la experiencia adecuadas, conforme a las últimas técnicas y conocimientos en arboricultura.
No debemos olvidar que la gestión del riesgo sobre el arbolado urbano es una parte esencial de las directrices y prácticas de mantenimiento, marcando las pautas de actuación sobre los árboles de la villa, y si no se hace de forma correcta, puede desembocar en la pérdida de cobertura vegetal y de un patrimonio, no solo ambiental y social, sino también económico.
Fuentes consultadas:
Díaz-Galiano,
L. A. y Ruiz, A. (2019). “La gestión del riesgo aparente en arbolado urbano.
Modelo 2al”, en PARJAP, nº 94, pp.
5-17.
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