¿Hasta cuándo la mano
del bosque en la lluvia
me avecina con todas sus
agujaspara tejer los altos besos del follaje?
Otra vez
escucho aproximarse como el fuego en el humo
nacer de la ceniza terrestre,
la luz llena de pétalos,
y apartando la tierra
en un río de espigas llega el sol a mi boca
como vieja lágrima enterrada que vuelve a ser semilla.
Pablo
Neruda, Naciendo en los bosques
Con motivo de la celebración —el 21 de marzo— del Día Internacional de los Bosques, no estaría de más aprovechar la ocasión para explorar una alianza entre la ciudad y el bosque, aunque hoy parezca inconcebible.
Como dice
Jorge Riechmann “no hay que descartar que se muestre en esta recurrente
asociación algo verdadero.[…] El urbanismo del siglo XIX concibió la
ciudad-jardín: hemos de dar un paso más allá para imaginar la ciudad bosque”.
La
ciudad-bosque sería una asociación descentralizada de barrios convertidos en
pueblos urbanos, una urbe rural, con un importante sector primario. Una ciudad
que tendería a la autosuficiencia y a una economía circular basada en el
reciclaje y las energías renovables. Una ciudad profundamente peatonalizada,
con muchos árboles.
Sería
cuestión de recuperar y adaptar conocimientos y prácticas que han existido en todas
las ciudades a lo largo de la historia. O experimentar nuevas propuestas, como la
que está dirigiendo el arquitecto
italiano Stefano Boeri a las afueras de Liuzhou, provincia de
Guangxi (China). Una ciudad diseñada para albergar alrededor de 30.000 personas, casi 1 millón de plantas, de más de 100
especies distintas, y 40.000 árboles.