Huele a verano, la fragancia de los tilos y de los aligustres nos lo anuncia.
Son los días más largos del año. Hay muchas horas de luz solar, y los árboles la aprovechan de una forma maravillosa. El “milagroso” proceso, que conocemos con el nombre de fotosíntesis, transforma la luz del sol, el agua del suelo y el dióxido de carbono del aire en hidratos de carbono, es decir, en moléculas con alto contenido energético. En este proceso, además, se produce el oxígeno que necesitamos para respirar.
Podemos seguir disfrutando de flores espléndidas como las del tulipero, la jacaranda, el kiwi, el palmito o el magnolio.
Aparecen
los frutos de verano. ¡Es tiempo de cerezas, de ciruelas…! ¡y de moras!
Aquellas flores que adornaban las ramas a comienzos de primavera han propiciado
los apetecibles frutos que evocan años de infancia.
Ay, presuroso
junio nunca mío,
invisible entre
puros resplandores,
mortales horas
en terribles goces,
¡cómo alzabas mi
ser, crecido río,
en júbilos sin
voz, mudos clamores,
viva espada de
luz entre dos voces!
Octavio Paz, Sonetos
– IV
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