El culto a los bosques sagrados y
al árbol era un elemento común a numerosos pueblos, incluido el vasco. Algunas
de las costumbres que hundían sus raíces en este antiguo carácter sagrado del
árbol y del bosque han perdurado hasta tiempos recientes. Un ejemplo de ello es
la “fórmula ritual”, recogida por R. M. Azkue, que usaban los leñadores antes
de la tala: guk botako zaitugu eta
barkatuko Isuzu (nosotros te derribaremos, perdónanos).
Julio Caro Baroja, en su obra Sobre historia y etnografía vasca, afirma que, derivado de la
veneración religiosa por el árbol, “queda todo un cuerpo de principios de
Derecho, más o menos consuetudinarios, más o menos escritos, que hacen que los
árboles, y antes que ninguno el roble, tengan un significado profundo en la
vida colectiva, política y legal”.
En efecto, entre todos los
árboles, era el roble el de mayor importancia en la cosmovisión vasca. Y, como
reflejo del antiguo sentimiento religioso, durante mucho tiempo ha inspirado un
gran respeto. Así, por ejemplo,
numerosas juntas se celebraban bajo el roble, que era considerado como
el árbol de los árboles.
Sólo después de jurar “so el
árbol” se es señor; sólo legislando “so el árbol” se hace ley; sólo convocando
“so el árbol” un hombre puede ser acusado y condenado o absuelto de un modo legal.
Julio
Caro Baroja
Los robles de Aretxabalagana, Arriaga y Gernika son ejemplos
de estos árboles junteros, siendo este último el más conocido.
Gernikako
arbola
da bedeinkatua
euskaldunen artean
guztiz maitatua,
eman ta zabaltzazu
munduan fruitua
adoratzen zaitugu
arbola santua."
(J. M. Iparragirre)
Un joven descendiente del Árbol
de Gernika ocupa ahora el lugar donde se encontraba otro árbol simbólico: el
“árbol Malato”, que señalaba el límite del Señorío de Bizkaia.
En
definitiva, el árbol es parte de nuestra cultura, está presente en la
mitología, en el folklore, en la toponimia, en los apellidos y en muchos de los
símbolos que identifican el País Vasco.
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