domingo, 21 de febrero de 2016

Sentir la presencia de los árboles

La presencia de un árbol: esa vida sin rostro, tan real, tan poderosa, pero ausente, latiendo en el encierro seco de su tronco, y en el serpentino fluir de sus raíces, y en el verdor al aire, locamente abierto.
Gabriel Celaya, Un árbol.

“Los árboles tienen pensamientos dilatados, prolijos y serenos, así como una vida más larga que la nuestra. Son más sabios que nosotros, mientras no les escuchemos. Pero cuando aprendemos a escuchar a los árboles, la brevedad, rapidez y apresuramiento infantil de nuestros pensamientos adquiere una alegría sin precedentes. Quien ha aprendido a escuchar a los árboles, ya no desea ser un árbol. No desea ser más que lo que es”.
                                                            Hermann Hesse, El caminante. 
  
“Un árbol siempre es un elemento de belleza. Si el tronco es recto, nos emociona su esbeltez. Si se retuerce, adquiere humanidad como si estuviera sujeto al dolor. El artesonado de sus hojas tamiza la luz y el calor del sol. Todos recordamos momentos felices de nuestra vida a la sombra de un árbol. El azul del cielo entre las hojas claras es el mejor reposo de los ojos.
Los árboles sacudidos por el viento, al chocar sus ramajes, cantan. Imitan el ruido de la lluvia al caer y el ruido del mar lejano. Las hojas de los árboles batidas por el viento se estremecen como gargantas humanas.”
                        Noel Clarasó, El libro del jardín.


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