La presencia de un árbol: esa vida sin rostro, tan real, tan poderosa, pero
ausente, latiendo en el encierro seco de su tronco, y en el serpentino fluir de
sus raíces, y en el verdor al aire, locamente abierto.
Gabriel Celaya, Un árbol.
“Los
árboles tienen pensamientos dilatados, prolijos y serenos, así como una vida
más larga que la nuestra. Son más sabios que nosotros, mientras no les
escuchemos. Pero cuando aprendemos a escuchar a los árboles, la brevedad,
rapidez y apresuramiento infantil de nuestros pensamientos adquiere una alegría
sin precedentes. Quien ha aprendido a escuchar a los árboles, ya no desea ser
un árbol. No desea ser más que lo que es”.
Hermann
Hesse, El caminante.
“Un árbol siempre es un elemento
de belleza. Si el tronco es recto, nos emociona su esbeltez. Si se retuerce,
adquiere humanidad como si estuviera sujeto al dolor. El artesonado de sus
hojas tamiza la luz y el calor del sol. Todos recordamos momentos felices de
nuestra vida a la sombra de un árbol. El azul del cielo entre las hojas claras
es el mejor reposo de los ojos.
Los árboles sacudidos por el
viento, al chocar sus ramajes, cantan. Imitan el ruido de la lluvia al caer y
el ruido del mar lejano. Las hojas de los árboles batidas por el viento se
estremecen como gargantas humanas.”
Noel Clarasó, El libro del jardín.
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