Quien a buen árbol
se arrima, buena sombra le cobija.
Aunque
este conocido refrán tiene habitualmente un significado más metafórico, en esta
ocasión queremos reivindicar su sentido más literal. Cuando aprieta el
calor, una de las mejores estrategias es buscar la sobra protectora de los
árboles. Este no solo es un recurso que podemos usar en el ámbito personal,
sino que también se debe tener en cuenta en el diseño y planificación de las
ciudades, porque plantar árboles ayuda a climatizar el espacio público. Según
algunos estudios, un parque de 100 metros cuadrados, rodeado de edificios de 15
metros de altura, disminuye en 1 grado centígrado la temperatura de las calles
adyacentes, en un radio de 100 metros a la redonda.
No
solo es la sombra, la evaporación refresca. Podríamos decir que los árboles
sudan, lo que tiene el mismo efecto que el sudor humano.
Así,
los árboles también nos ayudan a mitigar los efectos de las olas de calor, que
según todos los indicios, van a ser más frecuentes en el futuro como
consecuencia del cambio climático.
Este
efecto regulador también se produce en invierno. Lo podemos comprobar, por
ejemplo, en los coches aparcados en la ciudad. Cuando hiela ligeramente (la
temperatura es cercana al punto de congelación) encontramos hielo en el
parabrisas de los coches aparcados a cielo abierto, mientras que, generalmente,
no aparece en los coches aparcados bajo los árboles.
Debería ser una de las preocupaciones de los municipios de la margen izquierda, a la vista del horror urbanístico heredado del franquismo.
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