cerca y tan fuertemente abrazados que sus hijos, que vivían entre ambos, apenas podían respirar. Agobiados, estos empujaron, presionaron hasta que consiguieron que el cielo se separase de la Tierra y se alejase, elevándose hacia arriba, muy arriba.
Desde allí, el Cielo miró hacia
abajo y vio a su esposa libre y hermosa… pero tan marrón y vacía que se sintió
avergonzado por haberla dejado allí abajo, desnuda.
De modo que mezclando luz y polvo
creó troncos y ramas. Combinó el gris con el verde para dar lugar a las hojas,
y distribuyó aquellas maravillas por la superficie de la Tierra.
Algunas de sus creaciones se
volvían rosas al florecer, otras eran plateadas y tenían forma de estrella,
también las había con bayas de un negro azulado o frutos dorados.
El Cielo se sintió feliz al mirar
hacia abajo. La Tierra se sintió feliz y orgullosa de sus tesoros. Éstos se
sintieron orgullosos y felices de vestir a la Tierra. Hundieron sus raíces en
ella y elevaron sus ramas hacia el Cielo. Y así, erguidos, han permanecido
hasta nuestros días.
Y fue así, según cuentan, como
surgieron los árboles[1].
[1] Adaptación de un cuento de Nueva Zelanda que recogen Helen East, Eric
Maddern y Alan Marks en su libro Espíritu del bosque. Cuentos sobre árboles de todo el
mundo.
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